Con el corazón en la mano, agotando los últimos segundos, transpirando la última gota de sudor, exhalando el último suspiro, Berrío empujó la pelota al fondo de la red y el alma de la afición verde estalló en júbilo.
Era el justo premio para el equipo que había apostado por el fútbol y el castigo para el que acudió a recursos de "oficio" para sostener una ventaja numérica con la que, por esas cosas de el fútbol, se había encontrado.
El juego inició con un Nacional propositivo y dominador, pero apareció el yerro arbitral, un penalti infame sancionado por el juez del sur, que enrareció el ambiente a favor de los argentinos.
Frente a un panorama lapidario, Nacional digirió el trago amargo y recuperó su plan. Rueda arriesgó sacrificando a una ficha clave, como Pérez, para incluir al jugador que a la postre concretaría la hazaña.
Nacional llegaba con peligro, pero no traducía su dominio en goles. Fue solo al final del primer tiempo que Macnelly actuando como nueve, aprovechó una jugada desequilibrante de Berrío para marcar el empate.
En el segundo tiempo Nacional salió como una tromba, metiendo a los once de Central en su área y llegando con riesgo sobre el arco de Sosa. Esa presión propició un error rosarino, que Marlos aprovechó para habilitar a Guerra, quien la mandó a guardar para poner el 2 - 1.
El reloj le cerraba la brecha al verde, mientras que los argentinos se lanzaban al piso, demoraban el juego, provocaban a los paisas, que cayeron en varias ocasiones en la trampa.
Pero la pecosa tenía reservado el mejor momento para el equipo que con ella en los pies la había consentido. Ibargüen la tomó y la llevó con maestría, dejando rivales en el camino, la levanto al área desde la izquierda, donde cabeceó Henríquez para darle la oportunidad de la gloria a Orlando, que dejó salir toda la furia contenida en una actitud reprochable, pero que puso justicieramente al mejor equipo de la serie en la próxima fase y dejó por fuera al canalla.
